El Destino de los Hombres
En esas mismas horas de la noche,
otro matrimonio, pero de condición muy humilde, aguardaba también el
advenimiento de su vástago. Liebre Veloz y su mujer, Flor de Maíz, habían cumplido
con los votos matrimoniales marcados por los ancianos de su barrio; los padres
del joven habían solicitado ya tres veces a la muchacha para el casamiento, y
solo hasta que ambas familias estuvieron de acuerdo con la rectitud, con la
animosidad para el trabajo y con la convivencia de la unión, se hicieron los
preparativos para unir a la pareja.
En Tenochtitlan, como en la mayoría
de los poblados de la región central de Mesoamérica, las uniones matrimoniales
significaban la solidez que sustentaba a la sociedad, por lo que todas aquellas
ceremonias establecidas de manera tradicional
debían seguirse rigurosamente, sobre todo tratándose de los miembros más
selectos de la nobleza, pues si éstos las acataban así también todo el pueblo,
aunque modestamente, cumpliría con ellas.
Los padres, al tiempo en que el
muchacho estaba por concluir su estadía en la escuela (y cuando había los recursos para contratar
los servicios de un casamentero), se lanzaban a la tarea de buscar una joven
que tuviera poco más de quince años, y a quien sus padres hubiesen enviado al
mercado para que la comunidad la tomara en cuenta en la selección de futuras
esposas.
Los encargados de la elección identificaban
a las muchachas en edad de merecer porque lucían su largo cabello suelto, que
les cubría gran parte de la espalda; ellas debían mostrar fortaleza y buena
salud, así como una actitud diligente que honrara a sus mayores; se evitaba
escoger a aquellas que perdían el tiempo, que fueran coquetas o que expresaran
su alegría con grandes risotadas.
Cuando los casamenteros se decidían
por la mejor opción, establecían contacto con la familia de la joven. Después, ambas
familias tendrían la oportunidad de conocerse mutuamente, supervisando la
conducta y el carácter de la joven pareja; de ahí que hasta en tres ocasiones
los padres del novio acudieran con regalos, los cuales no serian aceptados sino
hasta la tercera ocasión, en señal de que se aprobaba la unión de la pareja, o
rechazados cuando el presunto matrimonio no convenía de ninguna forma.
Después de la ceremonia, fastuosa
o humilde según la condición social de la pareja, los recién casados vivirían en
habitaciones o chozas separadas de su parentela, pero dentro del espacio de su
barrio.
Ya en su propio hogar, las
mujeres daban a luz auxiliadas por una partera experimentada; apenas ocurrido
el nacimiento los padres mandaban a llamar a los sabios sacerdotes que dictaminarían,
de acuerdo con las predicciones indicadas en los libros adivinatorios, el
futuro de las criaturas.
El calendario ritual estaba
integrado por veinte trecenas, con deidades protectoras que actuaban de manera específica
cada día, influyendo en el carácter del individuo. El sabio Tonalpouhque
precisaba el día del nacimiento, que pasaba a ser automáticamente el nombre
secreto de la criatura. Posteriormente, los cinco días se realizaban la
ceremonia oficial en la que el niño era purificado, y en la que se entregaban, simbólicamente,
las insignias de su futura actividad: armas y herramientas para los niños, o
escobas, vasijas e instrumentos para el tejido en el caso de las niñas. En ese
momento, mediante el manejo de semillas de color, les era otorgado también el
nombre con que serian conocidos en la comunidad.
El hijo del señor escudo nació el
día 1-Àguila y su destino sería el de un gran guerrero, por lo que recibió el
nombre de Lluvia de Dardos; por su parte, el niño nacido del matrimonio de
campesinos tendría una larga vida , pero sin grandes sobresaltos, por lo que recibió
el simple nombre de Nopal Rojo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario