lunes, 6 de abril de 2015

EL REINO DE MOCTEZUMA


El Destino de los Hombres


En esas mismas horas de la noche, otro matrimonio, pero de condición muy humilde, aguardaba también el advenimiento de su vástago. Liebre Veloz y su mujer, Flor de Maíz, habían cumplido con los votos matrimoniales marcados por los ancianos de su barrio; los padres del joven habían solicitado ya tres veces a la muchacha para el casamiento, y solo hasta que ambas familias estuvieron de acuerdo con la rectitud, con la animosidad para el trabajo y con la convivencia de la unión, se hicieron los preparativos para unir a la pareja.

En Tenochtitlan, como en la mayoría de los poblados de la región central de Mesoamérica, las uniones matrimoniales significaban la solidez que sustentaba a la sociedad, por lo que todas aquellas ceremonias establecidas de manera  tradicional debían seguirse rigurosamente, sobre todo tratándose de los miembros más selectos de la nobleza, pues si éstos las acataban así también todo el pueblo, aunque modestamente, cumpliría con ellas.

Los padres, al tiempo en que el muchacho estaba por concluir su estadía en la escuela  (y cuando había los recursos para contratar los servicios de un casamentero), se lanzaban a la tarea de buscar una joven que tuviera poco más de quince años, y a quien sus padres hubiesen enviado al mercado para que la comunidad la tomara en cuenta en la selección de futuras esposas.


Los encargados de la elección identificaban a las muchachas en edad de merecer porque lucían su largo cabello suelto, que les cubría gran parte de la espalda; ellas debían mostrar fortaleza y buena salud, así como una actitud diligente que honrara a sus mayores; se evitaba escoger a aquellas que perdían el tiempo, que fueran coquetas o que expresaran su alegría con grandes risotadas.


Cuando los casamenteros se decidían por la mejor opción, establecían contacto con la familia de la joven. Después, ambas familias tendrían la oportunidad de conocerse mutuamente, supervisando la conducta y el carácter de la joven pareja; de ahí que hasta en tres ocasiones los padres del novio acudieran con regalos, los cuales no serian aceptados sino hasta la tercera ocasión, en señal de que se aprobaba la unión de la pareja, o rechazados cuando el presunto matrimonio no convenía de ninguna forma.



Después de la ceremonia, fastuosa o humilde según la condición social de la pareja, los recién casados vivirían en habitaciones o chozas separadas de su parentela, pero dentro del espacio de su barrio.

Ya en su propio hogar, las mujeres daban a luz auxiliadas por una partera experimentada; apenas ocurrido el nacimiento los padres mandaban a llamar a los sabios sacerdotes que dictaminarían, de acuerdo con las predicciones indicadas en los libros adivinatorios, el futuro de las criaturas.



El calendario ritual estaba integrado por veinte trecenas, con deidades protectoras que actuaban de manera específica cada día, influyendo en el carácter del individuo. El sabio Tonalpouhque precisaba el día del nacimiento, que pasaba a ser automáticamente el nombre secreto de la criatura. Posteriormente, los cinco días se realizaban la ceremonia oficial en la que el niño era purificado, y en la que se entregaban, simbólicamente, las insignias de su futura actividad: armas y herramientas para los niños, o escobas, vasijas e instrumentos para el tejido en el caso de las niñas. En ese momento, mediante el manejo de semillas de color, les era otorgado también el nombre con que serian conocidos en la comunidad.



El hijo del señor escudo nació el día 1-Àguila y su destino sería el de un gran guerrero, por lo que recibió el nombre de Lluvia de Dardos; por su parte, el niño nacido del matrimonio de campesinos tendría una larga vida , pero sin grandes sobresaltos, por lo que recibió el simple nombre de Nopal Rojo…






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